lunes, 13 de julio de 2015

Crónica Ancares Road Warriors 2015

El viaje hasta Villafranca fue muy corto, apenas cuatro horas por la M-50 y la A-6 nos entregaron al kilometro 410, en el centro de Villafranca del Bierzo, con una temperatura suave que contrasta con el infierno de la meseta central, recogí el dorsal con chip, una sudadera con el logo y unas cervezas con jamón del bierzo que ofrecían en un chiringito de la organización junto a la oficina de turismo.


El sábado realicé la misma ceremonia de siempre: me enfundé el maillot y el culotte, revisé presión, crema solar, movil, mapas, gafas, casco, botes de agua, un par de chutes de glucosa y el desayuno. La mañana era fresca y había aún poquita gente en la zona de salida. Realmente es una marcha pequeña, de menos de 300 participantes, lo que permite ser consciente de todo cuanto sucede, aun así veo que ha venido gente de muchos sitios diferentes, hay vascos, que destacan por la cantidad de ciclistas que pertenecen a un mismo club, catalanes, madrileños, aragoneses, y por supuesto, leoneses, salmantinos, vallisoletanos, gallegos, cántabros y asturianos.


El mismo chiringito de ayer hoy ofrece cafe con leche y bollos con una sonrisa familiar y cercana mientras los moteros en reunión reciben las ultimas instrucciones, el medico y las ambulancias acuden y realizan sus últimos ajustes, los arcos de salida ya están inflados y preparados mientras el frescor mañanero va remitiendo ya suena en los altavoces la música de Led Zeppelin, Guns And Roses y, por supuesto, AC/DC, poco a poco van llegando los participantes y la plaza de Villafranca rebosa vida. El padre de Miguel me saluda y al poco viene el propio Miguel quien me saluda afablemente. No habíamos coincidido en ninguna salida hasta ésta, hablamos sobre los objetivos que nos hemos planteado en esta jornada y vemos que coincidimos: no queremos batir marcas, tan solo disfrutar del entorno, de la marcha y de la compañía del resto de participantes. Es afable, conversador y entusiasta aventurero de la bici, por lo que durante la jornada, ambos no nos separaremos hasta la meta.

La salida se da unos 30 minutos más tarde de lo previsto y los rayos del sol ya comienzan a reconfortar. Salimos de Villafranca hacia Cacabelos a través de la LE-713 que cruza campos de cultivo y pequeñas granjas. La salida del grupo se da suave pero algunos cambios de rasante se nos atraviesan y empezamos a calentar. En Cacabelos cruzamos el rio Cúa y, rumbo norte, salimos por la LE-5246 todavía en un suave ascenso imperceptible. Arganza nos recibe al horizonte y ya vemos las primeras tímidas estribaciones en el Cerro del Castro. El paisaje es boscoso, fresco y húmedo, carreteras completamente tranquilas y en un pelotón ya muy desahogado las convesarciones fluyen entre unos y otros. Asi van cayendo kilómetros sin darnos cuenta ascendiendo el suave puerto de los Pinos, el descenso de este pequeño cambio de valle nos lleva en rápido descenso por Ocero y Vega de Espinareda, donde se encuentra el primer avituallamiento líquido. Rellenamos botes y seguimos para atacar el puerto de Lumeras. Llevamos 30 kilómetros y con buenas sensaciones, no somos conscientes de la distancia que vamos recorriendo.


La LE-712 se retuerce en zetas, por un momento recuerdo los primeros tramos del Col du Soulor por Arrens-Marosus en el Pirineo frances, pero más suave. Rodamos suavemente, guardando mucho y muy relajados hasta el cartel de falta de 2 kilómetros para cima, donde un grupo de un club gallego nos adelanta lentamente y nos enganchamos a ellos. Comienza a subir el pulso y los pensamiento tipo “veamos, 2km son dos vueltas al circuito de Parla, porqué narices aquí se me hace tan largo”. Cuando llegamos al Puerto de Lumeras ya sentimos el calor veraniego y la patata se ha acelerado. Foto de rigor y descenso hacia Candín. A nuestra derecha surge el río Ancares y el panorama en el horizonte es hostil y completamente montañoso. Los comentarios se suceden y siento que los ciclistas que nos rodean a Miguel y a mi sienten un gran pavor por el reto tan inhumano que se aproxima. Hasta el kilometro 55 nos hemos sentido la necesidad de realizar grandes esfuerzos, Miguel y yo nos sentimos muy fuertes ya que hemos ido silbando y charlando todo el tiempo, nuestro pensamiento es que realmente se trata de un tramo de 5 kilómetros bestialmente empinado: El Puerto de Ancares por Candin.

La Ermita de la Magdalena se adivina a nuestra derecha sobre el páramo, de entre la densa vegetación que se observa desde esta pequeña carreterita tímidamente asfaltada aparece una gran cordillera y a una altura considerable por encima de nuestras cabezas se ve un resplandor en un collado rasgado por la carretera que lo alcanza, el efecto causa mucha impresión, ya que sabes que tan solo te quedan 5 kilómetros y el desnivel es inmenso. El calor aprieta sobremanera, no corre aire y la bici se frena, el culo se resbala hacia atrás del sillín, el manillar se eleva y las cadenas chasquean en su huida a los piñones más grandes para relajar la presión, es una curva a derechas que abandona el curso del rio y asciende brutalmente en su búsqueda a la gloria. Mi velocidad desciende súbitamente, en el asfalto se lee un 19%, cierro los ojos, aprieto firmemente los pedales y relajo los brazos, busco el ritmo entre la respiración y el pedaleo, he puesto el hiper-despacio y mi única tarea es mantenerme en equilibrio avanzando a la menor velocidad posible. Cuando alzo la vista mi compañero ha desaparecido y a escasos metros de mi veo a algunos componentes de la grupeta en la que estábamos aferrándose al manillar y retorciendo como culebrillas de arcén a arcén. El de Leganés porfía del calor, el asturiano gana terreno a base de zigzag y chepazos, uno de los gallegos me adelanta para después rendirse ante la física y proseguir camino a pie. Un motero de la organización ofrece agua a los guerreros del Ancares que luchan por avanzar penosamente, ciclistas del club con gran preparación física sacrifican sus marcas por acompañar y animar a los caracolillos y pesos pesados: “—Grande, como vas?”, “—Bien, —le contesto,— esto es una verdadera pasada”, a lo que me responde con una descripción de los picos que nos rodean, me habla de las distintas vertientes del puerto, así hasta que con un afectuoso saludo se despide para saludar al ciclista que tenía a pocos e inalcanzables metros por delante de mi. Los tramos de recta faldeando en fuerte ascenso son interminables y me invade una sensación de positivismo impresionante, no sufro, solo pedaleo, y recuerdo el mítico “soy una pluma” en aquel Soplao luchando afanosamente por no perder la compañía de mis colegas. El de Leganes, con el que había comentado alguna que otra chorrada y nos habíamos acompañado durante los últimos centenares de metros, sufre un calambre, ahora me quedo solo, recorro las curvas del tramo central por el lado izquierdo de la calzada, junto al precipicio del Hoyo de Ancares sopla un fresco viento en contra que refrigera.




Casi todo el tiempo puedes ver como muchos ciclistas van coronando allá en las alturas y el cartel de dos kilometros a cima no reconforta, a simple vista parece que es una recta de 300 metros de la que te va a llevar a la gloria, pero en el GPS se percibe que realmente se trata de una amplia curva que cruza un buen puñado de lineas de cota todas ellas muy juntitas. Pienso en el Errozate, con medias del 12% y del 17%, en el Larrau, con semejante inclinación pero de más del doble de distancia, después de todo, Ancares no es más que subir la bola desde Navacerrada dos veces. En estos pensamientos voy alzando la vista para descubrir posibles descansos falsos, del 19% pasas al 15% y el corazón recupera, salvo una recta tras una curva de vaguada metros atrás, no hay nada por debajo del 13%
Finalemente noto como una racha de viento fresco me sopla en la cara, la temperatura baja y el sonido del ambiente cambia, alzo la vista y veo a Miguel que junto al cartel del puerto, recorta la linea del horizonte, al poco ya veo el paisaje tras el collado, la rampa se suaviza, bajo piñones y recupero antes de poner el pie en el suelo, “Miguel, estás fuerte campeón” a lo que me contesta totalmente recuperado, “Es duro, eh!”. “No”, le digo, “ha sido divertido”. Nos hacemos la foto y decidimos descender para parar en el avituallamiento.

Llevamos 60 kilometros y sólo 5 han sido extremadamente duros, sin embargo la cantidad de metros acumulados sorprende a mi compañero, “si llevamos ya dos mil y pico de positivos!”, claro, le digo, “a este ritmito te haces cualquier recorrido que hayan sido capaces de asfaltar”. El avituallamiento era excelente, frutas, frutos secos, bebidas, entremeses, glucosa, y sin aglomeraciones. Las caras que íbamos viendo eran siempre las mismas, el de asturias, los gallegos, los de salamanca… era un ambiente cercano y muy agradable.




El descenso es muy fuerte y técnico, una carretera estrecha, rota y con grava nos entrega a los territorios lucenses por la Val da Freita, salvamos un repecho para cruzar el subvalle del rio de Moreiras. Continua el descenso a través de un gigantesco valle con vistas aéreas entre curvas retorcidas y estrechas con trafico inexistente hasta el Ponte de Bous, aquí se incia el Puerto de Siete Carballos, remontando un abrupto y enorme valle de gigantescos pinares a través de un recorrido solitario y engañizo, un continuo rosario de porcentajes que oscilan entre el 1% y el 5% que impiden encontrar un ritmo constante. La vista se pierde por el paisaje y el silencio se apodera del ambiente. Mi compañero me ha ganado metros en una de las rampas y ya no tengo contacto visual con el salvo en alguna recta de las que escasean. Intento darle alcance pero prefiero no acelerarme mucho, aun quedan muchos kilómetros y Ancares ha sido un gran desgaste.

Se aprecia como ambos lados del valle se encuentran en un punto más bajo a donde se dirige la carretera, en ese collado a casi 1200 metros de altitud cuelga el pueblo de A Campa da Braña, en realidad se trata de tres o cuatro brañas juntas donde han colocado el siguiente avituallamiento. El servicio es impecable, y la simpatía y compromiso de los voluntarios y organizadores es excelente. Nos queda un tramo de dos kilómetros de subida que conecta con otro collado del valle opuesto y remonta una ladera para inciar el descenso más apasionante que jamas recuerde, es la Serra da Cortella y una recién asfaltada DP-07-02 recorre laderas y cresteríos como Catro Ventos, A Escandada y Alto de Bibián de manera enrevesada y suave como el vuelo de un halcón.




Se adivina el final de tan feliz episodio en lo que parece el fondo de un valle, es el Regeiro da Peizas y el Rio Cervantes que confluyen en este recóndito paraje. Nuestra ruta toma la carretera LU-723 a San Pedro y luego a Vilanova. Veo que el valle se encajona y el rio va en dirección contraria a la nuestra. “Bueno, parece que empieza el ultimo puerto el día!” El Puerto do Portello. Miguel acusa el cansancio pero mantiene una sonrisa y un ánimo espectacular, el GPS se me apaga y nos quedamos sumidos en la incertidumbre, no por largo que sea, no llega a los 10 kilómetros y hay fuerzas para eso y para más, así que disfrutamos de una subida constante, suave, similar a Cotos: con ladera a derechas, valle a izquierda y sombra continua, sin curvas de vaguada hasta falta de tres kilómetros, donde la carretera serpentea buscando el collado sin incrementar la inclinación mientras por el fondo desciende el rio de Vilarello. El GPS regresa a la vida y marco a falta de un kilometro un collado en el topográfico. Lamentablemente no es el fin de la subida, pero en este punto, a 1000 metros de altitud, la carretera suaviza y se puede disfrutar de un paraje realmente escondido y remoto.




Un pequeña aldea ocupa el collado de O Portelo donde se encuentra el ultimo de los avituallamientos. Aquí damos por finalizado el reto, ya que del 125km hasta el final es descenso. No fue del todo así, porque el descenso por el Valle de Balboa es tedioso y largo por una carretera estrecha, llena de agujeros y grava. Poco después de Quintela la carretera es aceptable y ya en Ambasbestas tenemos la sensación de regresar de nuevo a nuestro mundo civilizado, estamos en la N-VI, en la misma puerta de Galicia del Camino de Santiago, el descenso se suaviza mucho y el viento sopla en contra, es hora de echarnos un mano a mano a relevos para echar el resto. Alcanzamos velocidades de 50km/h a plato y ninguna grupeta nos engancha. Poco antes de ver un túnel, al borde de la extenuación decidimos relajar el tema que por momentos iba yendo a más y comentamos la jugada: las bajadas, los ascensos duros, la buena mentalización que ambos habíamos planteado había hecho que la marcha fuera fácil, pero los números no lo dicen así, es un recorrido duro. Una carretera local esquiva el tunel y continua por el meandro del rio Valcarcel. Ante nosotros se abre de manera majestuosa las tierras leonesas en el valle del Burbia coronado por las iglesias de piedra y las casitas de Villafranca del Bierzo, el puente sobre el Burbia asoma a una excelente playa fluvial y el callejeo triunfal por las calles termina en la meta, ambos con los brazos extendidos después de 7 horas y pico de puro cicloturismo.




Alli estaban Ana y la familia de Miguel que nos recibieron con los brazos abiertos, nos hicimos las fotos de rigor y fuimos a comer al chiringito donde habían dispuesto jamón, empanada, bollos, chorizo, tortillas, fruta, frutos secos, refrescos, allí estuvimos un buen rato disfrutando de la sombra con los compañeros que ya habían llegado y con los que iban acudiendo poco a poco.




Ana había estado por la mañana en una ruta turística por el pueblo y por una bodega y había conocido a varias parejas de ciclistas, entre ellas, la mujer de Felix, un matrimonio residente en Bilbao con los que quedamos a cenar. Se trataba de una pareja que, al igual que nosotros, les encanta salir a hacer cicloturistas y recorridos de largo fondo por libre. Hicimos una buena amistad y estoy convencido que en estas ultimas salidas, tanto David, Miguel y Felix, bien pudiera ser el inicio de nuevas aventuras que están por llegar y quedan por relatar.

Un saludo a todos esos frikis que siempre tienen la curiosidad de recorrer en bicicleta territorios hasta entonces desconocidos.


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